miércoles, agosto 15, 2007

MOTIVACIÓN: CULTURA MEXICANA ¿Ó NO?

Me apasiona nuestra cultura. Debo confesar que en relación a ella soy muy mexicano: la amo y la detesto; le soy infiel pero nunca la abandono y basta que perciba el mínimo de los ataques para que salga en defensa apasionada de muchas de nuestras características ó, muchas veces, cuando la argumentación se me difumina, descalifique rotundamente al “agresor”.
La comunicación de mis ideas en este medio –bloguero- me ha resultado apasionante y enriquecedora porque se han podido manifestar desacuerdos, apuntes y opiniones divergentes entre personajes que lo único que compartimos en la vida es leernos unos a otros y por lo tanto, disminuye la posibilidad de falseo por intereses económicos, políticos ó sexuales.
El punto epistémico que más me ha obligado a repensar es el señalamiento de que mis especulaciones sobre nuestra cultura pudieran estar viciadas de origen: los fenómenos que describo como mexicanos pudieran ser universales y cedo a la evidencia…parcialmente.
¡Qué paradoja!, ahora afirmo que los mexicanos compartimos el bagaje de la humanidad y por lo tanto no somos diferentes a nadie pero sigo sosteniendo que, de alguna manera, hemos desarrollado técnicas específicas que niegan nuestra pertenencia al gran género universal lo que, he ahí la paradoja, termina distinguiéndonos como diferentes a las demás culturas.
Esas “técnicas específicas”, su identificación, probable origen y mecanismos de perpetuación siguen siendo el objeto de mi interés. Si no fueran específicas sino rastreables en todas ó algunas otras culturas pues…me daría mucho gusto haberlas descrito y estudiado.
Mucho más grave para mi autoconcepto sería que no existan los fenómenos que pretendo estudiar y, en ese caso, si mis conjeturas fueran una falacia completa, el mío sería un ejercicio de futilidad….ya veré.
Si observamos cuidadosamente podremos advertir que en muchas de nuestras interacciones predominan por mucho los dichos sobre los hechos. Huimos del rigor y de la exactitud en la argumentación hasta niveles exasperantes, muchas veces con un torrente de palabras y conceptos que todos, emisores y receptores recibimos con un placer apenas disfrazado ya que permiten hacer una cortina de humo sobre lo esencial.
Pero no nos vayamos con la finta: lo esencial temido inicialmente es aquello que potencialmente pondrá en evidencia fallas, defectos o debilidades. Tememos que la explicitación de todo ello ponga en marcha agresiones incontenibles dada nuestra enorme susceptibilidad y la gran facilidad con que nos sentimos heridos.
Buscamos intensa y esforzadamente que nada pueda chocar a nuestros sentidos ni a nuestros sentimientos pero, por supuesto que no lo conseguimos y, parafraseando a Freud, en un “retorno reformulado de lo agresivo” se alimenta la desconfianza cuasi paranoide entre los involucrados en la interacción poniendo en marcha una hermenéutica interpretativa con la que se buscan claves sutiles para ubicar los dichos de la otredad en dos apartados básicos: conmigo o contra mi
Una peculiaridad frecuentemente encontrada en las relaciones interpersonales mexicanas es el imperio de “Las Formas”. Recordemos la frase quizá más conocida del difunto, culto y brillante ideólogo del sistema priísta, Jesús Reyes Heroles: “En política mexicana la forma es fondo”…yo me atrevería a extender el concepto a todas las interacciones mexicanas.
Un estricto código no explicitado pone por encima de cualquier contenido el marco en el que, eventualmente, se tratará algún asunto. La forma es una creación de la cultura que protege del surgimiento de impulsos. El problema mexicano de la forma ocurre porque la forma, el marco, está diseñada para eludir los contenidos, y no, como es deseable, para expresar los contenidos indeseables en forma civilizada.
Así se puede explicar como una pareja en la polaridad conyugal o en la polaridad de amantazgo pueden haber estado teniendo tensiones desgastantes durante muchos años sin haber hablado jamás del asunto central: la explicitación de hechos como, por ejemplo, una clara delimitación de la situación, el develamiento de emociones y la clara definición de las reglas de las relaciones de pareja.
Es importante insistir en términos de la díada Yo - Otredad: para que la forma adquiera el tinte epistemofóbico mexicano no basta con que una de las partes quiera eludir una verdad, es absolutamente imprescindible que la otra parte, a pesar de sus manifestaciones en sentido contrario, tampoco quiera realmente conocerla.
En el fondo, el mas grande temor que he encontrado, en una y otra de las partes, es el temor a que la verdad conduzca a la pérdida de la relación y, en planos mas profundos, esta evasión laboriosa, dedicada y esforzada que, por lo mismo, contradice la explicación facilona de que se trata de flojera o aversión al esfuerzo, la encuentro más en la línea de reactivación de emociones primitivas: la aproximación de lo bueno y lo malo en el contexto de fuertes contenidos agresivos instaurados por alteraciones o traumatizaciones tempranas se teme intensamente porque se anticipa que todo se destruya.
La pérdida de la relación se fantasea como una catástrofe potencial, a la manera de perder a la madre ó al padre en la infancia y, por tanto, se debe evitar a toda costa idependientemente de que la calidad en la relación de pareja sea paupérrima.
Le teme la (el) “engañada (o)” y el (la) “engañador (a)”. Los efectos son terribles porque el mecanismo no neutraliza la agresión y porque finalmente ataca a la capacidad de pensar las realidades. Me he preguntado y tratado de responder hasta que grado esta estrategia usada para eludir realidades en las relaciones de pareja se ha instalado como rasgo cultural y, por lo tanto, ha invadido todas las áreas de la vida social, patéticamente evidente en nuestra manera de impartir justicia, con un barroquismo y una prolijidad formal que nos muestra procesos de juicio o resultados de juicio verdaderamente caricaturescos que serían risibles si no fueran patéticos.
¿De dónde puede provenir el núcleo aterrorizante a la ruptura de una relación? ¿cómo explicar la profundidad en el rechazo de la razón?
El problema de lo propio y de lo ajeno, la percepción y tratamiento de lo otro y la alteridad pueden ser un excelente hilo conductor si se pretende hacer una conexión entre las manifestaciones culturales de esos problemas o su interpretación como rasgos identitarios de las sociedades hasta un enfoque que vaya a las unidades básicas de transmisión de cultura y de modelos normativos para tratar con lo diverso, esto es, el grupo primario.
El grupo primario determina en gran medida la forma en que los individuos encararán inevitablemente la diferencia entre Yo - no Yo; entre Mío – Ajeno; la diferencia entre Mayores – Menores; entre Nosotros – Ellos; entre Madre – Padre y finalmente las mas sutiles diferencias entre los iguales generacionales.
Es extraordinariamente difícil aprehender las distintas variables que interactúan en un sistema vivo, porque son muchas, porque muchas son subjetivas y porque nunca son estáticas: estan en continuo movimiento, de tal modo que, como decían los griegos, nunca nos bañamos en el mismo río.
Como nunca podemos aislar variables en procesos de intersubjetividad y además, porque es muy probable que no conozcamos muchas de ellas, estoy convencido de que no podemos ni siquiera llegar a formular hipótesis....solo conjeturas.
Desde la fuente psicoanalítica mezclada con alguna visión socio-antropológica es posible conjeturar o rescatar algunas explicaciones etiológicas.
Desde sus primeros tiempos el psicoanálisis postuló la importancia de las primeras relaciones objetales como fundantes de estructuras y modelos relacionales y la evolución teórico-clínica del psicoanálisis junto con análisis epidemiológicos ha demostrado mas allá de toda duda la significación patogénica de los desequilibrios amor-agresión en el núcleo interactivo primario.
También ha postulado que las huellas de esas primeras relaciones tienen una influencia determinante en la elección de parejas sexuales y/o amorosas. Menos aceptado por muchos, sobre todo en el giro “cognocitivo” resulta la conceptualización freudiana de la transmisión inconciente de rasgos culturales específicos en un locus que va registrando transgeneracionalmente ideales que marcan como se debe ser o llegar a ser en relación a los otros, a los débiles y a los fuertes. Sabemos que esos ideales pueden ser de valencias positivas, negativas o, incluso, perversas.
Problemas de identificación con el padre que pudiera especularse -creo que no tan locamente-, que se remontan hasta los eventos de la conquista del mexico indígena con el muy sorprendente y, en el mundo, casi único mestizaje. Los mestizos mexicanos que, desde un punto de vista psicológico somos casi todos los habitantes de este país (independientemente del tono de la piel) hemos ido heredando un estereotipo identitario espurio en la post-conquista, reforzado durante la guerra de independencia, reforzado de nuevo en nuestra traumática relación con los estadounidenses, puesto a prueba en la anárquica guerra revolucionaria y mantenido por las estructuras de poder hegemónico hasta hace poco, esta es, una identidad indigenista espuria que resiste la integración de la otra gran vertiente identificatoria: la paterna, dura, ausente, lejana, europea.
Una sociedad mestiza como la nuestra (no me refiero al color sino a la cultura) tiene un potencial enorme precisamente porque tenemos Otredades variadísimas metidas indeleblemente en nuestro ser. Pero, –es mi tesis aquí- las rechazamos a todas.

Aunque nos encanta sentirnos descendientes de los aztecas y decírselo arrogante y desafiantemente al mundo y actuamos “Como-Si” fuéramos aztecas; y ponemos estatuas de Cuahutémoc por todos lados, en realidad nos desmentimos y rechazamos esa Otredad cada vez que atacamos el orden, la disciplina y, sobre todo, esa supeditación férrea de los intereses individuales a los comunitarios que ellos practicaban.
Mantenemos la crueldad y la dominación menospreciante de los (as) mas débiles (sean niños, mujeres, deficientes mentales, animales o minorías). Creo que la rechazamos porque en el inconsciente es una representación femenina.
La Otredad europea – creo que en el inconciente es masculina- también es culturalmente rechazada. A nadie se le ocurriría hacerle una estatua a Cortés y menos una estatua en la que estén sus mujeres. Nuestro ser tiene mucho de Cortés y sus sucesores: tenemos el lenguaje, muchas costumbres, el soborno, la astucia, el amiguismo, lo despiadado y el deseo de enriquecimiento pero resistimos aquello que lo hizo vencedor: comprensión de la otredad y los principios de eficacia y rendimiento.
Y bien, al parecer he hecho una manifestación de fe. He tenido la pretensión de resumir mis conjeturas hasta el escrito sobre “Primer marcador de identidad mexicana” (la última porción de este escrito). Ya tengo pensado y medio escrito el “Segundo marcador de identidad mexicana”, Espero ponerlo en dos ó tres días.

No hay comentarios.: