lunes, diciembre 01, 2008

Freud - Einstein I: sobre violencia mexicana













El interés de tan ilustres personajes por la situación mexicana es, evidentemente, apócrifo. No lo es el intercambio que busca avanzar en la comprensión de la violencia. No hay ningún indicio de que uno u otro de estos insignes personajes haya tenido interés específico en México y, justo es señalarlo, los mexicanos, especialistas como somos en sentir –mas que pensar- que nuestro ombligo es el centro del universo, correspondimos entonces con igual ó mayor desinterés hacia sus razonamientos.

En 1932, todos los susurros, todas las fantasías, algunas acciones y todos los miedos europeos fueron encontrando cabida en el pronóstico de una gran guerra inminente y los intelectuales de la época se propusieron analizar la situación, concientes del limitado o nulo impacto que su labor tendría en el curso de los acontecimientos .
Einstein eligió a Freud como interlocutor retándolo, implícita y sutilmente, a superar sus propias ideas sobre el asunto.

El carteo entre ambos se publicó en 1932 bajo el título ¿Por qué la guerra? «Warum Krieg?»

El ejercicio, sobre todo, me divierte. Confieso que hasta que lo termine podré calificarlo en la escala que va desde lo rídículo hasta lo apreciable

En tres o cuatro entregas colocaré sus elucubraciones textuales sobre el tema. Todo lo que escribieron, puntualmente, estará en negro y mis anexos mexicanizadores, en azul.


Einstein a Freud:

Estimado Profesor Freud:
La propuesta de Donbeto (Ja!) para que invite a alguien, elegido por mí mismo, a un franco intercambio de ideas sobre cualquier problema que yo desee escoger me brinda una muy grata oportunidad de debatir con usted una cuestión que, tal como están ahora las cosas, parece el más imperioso de todos los problemas que la civilización mexicana debe enfrentar. El problema es este: ¿Hay algún camino para evitar que esa nación sufra los estragos de la violencia ? Es bien sabido que este ha pasado a ser un asunto de vida o muerte para ese país; sin embargo, pese al empeño que se ha puesto, todo intento de darle solución ha terminado en un lamentable fracaso.
Veo personalmente una manera simple de tratar el aspecto superficial (o sea, administrativo) del problema: la creación, con el consenso de todos los grupos con poder, de un cuerpo legislativo y judicial para dirimir cualquier conflicto que surgiere entre ellos. Cada grupo debería avenirse a respetar las órdenes emanadas de este cuerpo legislativo, someter toda disputa a su decisión, aceptar sin reserva sus dictámenes y llevar a cabo cualquier medida que el tribunal estimare necesaria para la ejecución de sus decretos. Pero aquí, de entrada, me enfrento con una dificultad; un tribunal es una institución humana que, en la medida en que el poder que posee resulta insuficiente para hacer cumplir sus veredictos, es tanto más propenso a que estos últimos sean desvirtuados por presión extrajudicial. Este es un hecho que debemos tener en cuenta; el derecho y el poder van inevitablemente de la mano, y las decisiones jurídicas se aproximan más a la justicia ideal que demanda la comunidad (en cuyo nombre e interés se pronuncian dichos veredictos) en tanto y en cuanto esta tenga un poder efectivo para exigir respeto a su ideal jurídico. Pero en México se está lejos de poseer una organización nacional competente para emitir veredictos de autoridad incontestable e imponer el acatamiento absoluto a la ejecución de estos. Me veo llevado, de tal modo, a mi primer axioma: el logro de seguridad nacional implica la renuncia incondicional, en una cierta medida, de todos los grupos a su libertad de acción, vale decir, a sus privilegios, y está claro fuera de toda duda que ningún otro camino puede conducir a esa seguridad.


Seguimiento anexado el 2 Dic.:

Veo como factor determinante de la violencia el afán de poder …de grupos guiados por aspiraciones puramente mercenarias, económicas. Pienso especialmente en ese pequeño pero resuelto grupo, activo en toda nación, compuesto de individuos que, indiferentes a las consideraciones y moderaciones sociales, ven en el ejercicio de la fuerza, nada más que una ocasión para favorecer sus intereses particulares y extender su autoridad personal.

Creo, estimado Profesor Freud, que sería para todos nosotros un gran servicio que usted expusiese el problema de la paz en México a la luz de sus descubrimientos…, porque esa exposición podría muy bien marcar el camino para nuevos y fructíferos modos de acción y... me gustaría conocer sus reflexiones en torno a las siguientes preguntas:

1.- ¿Cómo es posible que estas pequeñas camarillas sometan al servicio de sus ambiciones la voluntad de la mayoría, para la cual el estado de violencia generalizada representa pérdidas y sufrimientos?

2.- ¿Cómo es que estos procedimientos logran despertar en los hombres tan salvaje entusiasmo, hasta llevarlos a torturar, matar y a sacrificar su propia vida?
Sólo hay una contestación posible: porque el hombre tiene dentro de sí un apetito de odio y destrucción. En épocas normales esta pasión existe en estado latente, y únicamente emerge en circunstancias inusuales; pero es relativamente sencillo ponerla en juego y exaltarla hasta el poder de una psicosis colectiva. Aquí radica, tal vez, el quid de todo el complejo de factores que estamos considerando, un enigma que usted, como experto en el conocimiento de las pulsiones humanas puede resolver.


3.- Por último ¿Es posible controlar la evolución mental del hombre como para ponerlo a salvo de las psicosis del odio y la destructividad?
En modo alguno pienso aquí solamente en las llamadas «masas iletradas». La experiencia prueba que es más bien la llamada «intelectualidad» la más proclive a estas desastrosas sugestiones colectivas, ya que el intelectual no tiene contacto directo con la vida al desnudo sino que se topa con esta en su forma sintética más sencilla: sobre la página impresa.
Espero su respuesta a estos urgentes y absorbentes problemas


Atentamente
Albert Einstein

Anexo del 4 Diciembre

Carta de Freud a Einstein

Viena, setiembre de 1932

Estimado profesor Einstein:
Cuando me enteré de que usted se proponía invitarme a un intercambio de ideas sobre un tema que le interesaba y que le parecía digno del interés de los demás, lo acepté de buen grado. Esperaba que escogería un problema situado en la frontera de lo cognoscible hoy, y hacia el cual cada uno de nosotros, el físico y el psicólogo, pudieran abrirse una particular vía de acceso, de suerte que se encontraran en el mismo suelo viniendo de distintos lados. Luego me sorprendió usted con el problema planteado: qué puede hacerse para defender a los mexicanos de los estragos de la violencia. Primero me aterré bajo la impresión de mí -a punto estuve de decir «nuestra»- incompetencia, pues me pareció una tarea práctica que es resorte de los estadistas. Pero después comprendí que usted no me planteaba ese problema como investigador de la naturaleza y físico, sino como un filántropo….. Recapacité entonces, advirtiendo que no se me invitaba a ofrecer propuestas prácticas, sino sólo a indicar el aspecto que cobra el problema de la prevención de las guerras para un abordaje psicológico.

Pero también sobre esto lo ha dicho usted casi todo en su carta. Me ha ganado el rumbo de barlovento, por así decir, pero de buena gana navegaré siguiendo su estela y me limitaré a corroborar todo cuanto usted expresa, procurando exponerlo más ampliamente según mi mejor saber -o conjeturar-.

Debo aclarar que mis conjeturas carecerán de especificidad, es decir, que frustraré el parroquial narcisismo nacionalista de Donbeto, porque desconozco casi absolutamente las peculiaridades históricas, culturales y contingentes de la nación mexicana. En la adolescencia aprendí español para leer a Cervantes y aproveché para leer también la extraordinaria crónica que uno de los conquistadores, Bernal Díaz del Castillo, hizo sobre la no menos extraordinaria conquista del, hasta entonces, poderoso imperio Azteca. Tal hazaña me impactó tanto que, desde entonces, al hablar de mis aspiraciones y deseos, siempre he escrito, en español, inmodestamente, que mi meta es ser el Conquistador de la mente.

Conjeturo que las normas de convivencia que se establecieron entre la minoría vencedora y la mayoría derrotada siguen jugando un papel en las cíclicas crisis sociales que padece ese pueblo. Remito, a quien quiera informarse mas sobre la forma en que esas normas se transmiten transgeneracionalmente, a leer mi trabajo "El malestar en la cultura".


Sin embargo, a pesar de mi desconocimiento puntual de la situación mexicana, si Donbeto y sus compatriotas pudieran trascender la estrechez de miras que acompaña a la necesidad de sentirse especiales y diferentes al resto de la humanidad, todo lo que sigue podría servir de base para el análisis de sus violencias aunque lo escribí no para entenderlos a ellos sino al género humano en su conjunto, del que, me complace decirlo, ellos forman parte a pesar de su resistencia a aceptarlo

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anexo del 10 de Diciembre a continuación

Comienza usted con el nexo entre derecho y poder. Es ciertamente el punto de partida correcto para nuestra indagación. ¿Estoy autorizado a sustituir la palabra «poder» por «violencia» -Gewalt-, más dura y estridente?

Derecho y violencia son hoy opuestos para nosotros. Es fácil mostrar que uno se desarrolló desde la otra, y si nos remontamos a los orígenes y pesquisamos cómo ocurrió eso la primera vez, la solución nos cae sin trabajo en las manos. Pero discúlpeme sí en lo que sigue cuento, como si fueran algo nuevo, cosas que todos saben y admiten; es la trabazón argumental la que me fuerza a ello.

Pues bien; los conflictos de intereses entre los hombres se zanjan en principio mediante la violencia. Así es en todo el reino animal, del que el hombre no debiera excluirse; en su caso se suman todavía conflictos de opiniones, que alcanzan hasta el máximo grado de la abstracción y parecen requerir de otra técnica para resolverse.

Pero esa es una complicación tardía. Al comienzo, en una pequeña horda de seres humanos, era la fuerza muscular la que decidía a quién pertenecía algo o de quién debía hacerse la voluntad. La fuerza muscular se vio pronto aumentada y sustituida por el uso de instrumentos: vence quien tiene las mejores armas o las emplea con más destreza. Al introducirse las armas, ya la superioridad mental empieza a ocupar el lugar de la fuerza muscular bruta; el propósito último de la lucha sigue siendo el mismo: una de las partes, por el daño que reciba o por la paralización de sus fuerzas, será constreñida a deponer su reclamo o su antagonismo.

Ello se conseguirá de la manera más radical cuando la violencia elimine duraderamente al contrincante, o sea, cuando lo mate. Esto tiene la doble ventaja de impedir que reinicie otra vez su oposición y de que su destino hará que otros se arredren de seguir su ejemplo. Además, la muerte del enemigo satisface una inclinación pulsional que habremos de mencionar más adelante. Es posible que este propósito de matar se vea contrariado por la consideración de que puede utilizarse al enemigo en servicios provechosos si, amedrentado, se lo deja con vida. Entonces la violencia se contentará con someterlo en vez de matarlo.

Es el comienzo del respeto por la vida del enemigo, pero el triunfador tiene que contar en lo sucesivo con el acechante afán de venganza del vencido y así resignar una parte de su propia seguridad.He ahí, pues, el estado originario, el imperio del poder más grande, de la violencia bruta o apoyada en el intelecto. Sabemos que este régimen se modificó en el curso del desarrollo, cierto camino llevó de la violencia al derecho. ¿Pero cuál camino? Uno solo, yo creo. Pasó a través del hecho de que la mayor fortaleza de uno podía ser compensada por la unión de varios débiles. L'union fait la force.

La violencia es quebrantada por la unión, y ahora el poder de estos unidos constituye el derecho en oposición a la violencia del único. Vemos que el derecho es el poder de una comunidad. Sigue siendo una violencia pronta a dirigirse contra cualquier individuo que le haga frente; trabaja con los mismos medios, persigue los mismos fines; la diferencia sólo reside, real y efectivamente, en que ya no es la violencia de un individuo la que se impone, sino la de la comunidad. Ahora bien, para que se consume ese paso de la violencia al nuevo derecho es preciso que se cumpla una condición psicológica. La unión de los muchos tiene que ser permanente, duradera. Nada se habría conseguido si se formara sólo a fin de combatir a un hiperpoderoso y se dispersara tras su doblegamiento. El próximo que se creyera más potente aspiraría de nuevo a un imperio violento y el juego se repetiría sin término.

La comunidad debe ser conservada de manera permanente, debe organizarse, promulgar ordenanzas, prevenir las sublevaciones temidas, estatuir órganos que velen por la observancia de aquellas -de las leyes- y tengan a su cargo la ejecución de los actos de violencia acordes al derecho. En la admisión de tal comunidad de intereses se establecen entre los miembros de un grupo de hombres unidos ciertas ligazones de sentimiento, ciertos sentimientos comunitarios en que estriba su genuina fortaleza.Opino que con ello ya está dado todo lo esencial: el doblegamiento de la violencia mediante el recurso de trasferir el poder a una unidad mayor que se mantiene cohesionada por ligazones de sentimiento entre sus miembros.

Todo lo demás son aplicaciones de detalle y repeticiones. Las circunstancias son simples mientras la comunidad se compone sólo de un número de individuos de igual potencia. Las leyes de esa asociación determinan entonces la medida en que el individuo debe renunciar a la libertad personal de aplicar su fuerza como violencia, a fin de que sea posible una convivencia segura. Pero semejante estado de reposo –Ruhezustand- es concebible sólo en la teoría; en la realidad, la situación se complica por el hecho de que la comunidad incluye desde el comienzo elementos de poder desigual, varones y mujeres, padres e hijos, y pronto, a consecuencia de la guerra y el sometimiento, vencedores y vencidos, que se trasforman en amos y esclavos. El estudio del ejercicio del poder en los diferentes subsistemas de una sociedad, la mexicana, por ejemplo, debería dar cuenta de las peculiaridades de su violencia social

Entonces el derecho de la comunidad se convierte en la expresión de las desiguales relaciones de poder que imperan en su seno; las leyes son hechas por los dominadores y para ellos, y son escasos los derechos concedidos a los sometidos. A partir de allí hay en la comunidad dos fuentes de movimiento en el derecho –Rechtsunruhe-, pero también de su desarrollo. En primer lugar, los intentos de ciertos individuos entre los dominadores para elevarse por encima de todas las limitaciones vigentes, vale decir, para retrogradar del imperio del derecho al de la violencia; y en segundo lugar, los continuos empeños de los oprimidos para procurarse más poder y ver reconocidos esos cambios en la ley, vale decir, para avanzar, al contrario, de un derecho desparejo a la igualdad de derecho.

Esta última corriente se vuelve particularmente sustantiva cuando en el interior de la comunidad sobrevienen en efecto desplazamientos en las relaciones de poder, como puede suceder a consecuencia de variados factores históricos. El derecho puede entonces adecuarse poco a poco a las nuevas relaciones de poder, o, lo que es más frecuente, si la clase dominante no está dispuesta a dar razón de ese cambio, se llega a la sublevación, la guerra civil, esto es, a una cancelación temporaria del derecho y a nuevas confrontaciones de violencia tras cuyo desenlace se instituye un nuevo orden de derecho. Creo, por ejemplo, que desde esta perspectiva es posible resignificar la sobresimplificada conceptualización del "narcopoder" de tal manera que no se le vea como una especie de "cuerpo extraño", ajeno a una cultura nacional, sino como representante válido, intrínseco, de la sociedad en que emerge.

Además, hay otra fuente de cambio del derecho, que sólo se exterioriza de manera pacífica: es la modificación cultural de los miembros de la comunidad; pero pertenece a un contexto que sólo más tarde podrá tomarse en cuenta.Vemos, pues, que aun dentro de una unidad de derecho no fue posible evitar la tramitación violenta de los conflictos de intereses. Pero las relaciones de dependencia necesaria y de recíproca comunidad que derivan de la convivencia en un mismo territorio propician una terminación rápida de tales luchas, y bajo esas condiciones aumenta de continuo la probabilidad de soluciones pacíficas.

Sin embargo, un vistazo a la historia humana nos muestra una serie incesante de conflictos entre un grupo social y otro o varios, entre unidades mayores y menores, municipios, comarcas, linajes, pueblos, reinos, que casi siempre se deciden mediante la confrontación de fuerzas en la guerra. Tales guerras desembocan en el pillaje o en el sometimiento total, la conquista de una de las partes. No es posible formular un juicio unitario sobre esas guerras de conquista. Muchas, como las de los mongoles y turcos, no aportaron sino infortunio; otras, por el contrarío, contribuyeron a la trasmudación de violencia en derecho, pues produjeron unidades mayores dentro de las cuales cesaba la posibilidad de emplear la violencia y un nuevo orden de derecho zanjaba los conflictos. Así, las conquistas romanas trajeron la preciosa pax romana para los pueblos del Mediterráneo.

El gusto de los reyes franceses por el engrandecimiento creó una Francia floreciente, pacíficamente unida. Por paradójico que suene, habría que confesar que la guerra no sería un medio inapropiado para establecer la anhelada paz «eterna», ya que es capaz de crear aquellas unidades mayores dentro de las cuales una poderosa violencia central vuelve imposible ulteriores guerras. De forma similar podría considerarse la dilatada pax hispanica en las colonias americanas.

Empero, no es idónea para ello, pues los resultados de la conquista no suelen ser duraderos; las unidades recién creadas vuelven a disolverse las más de las veces debido a la deficiente cohesión de la parte unida mediante la violencia. Además, la conquista sólo ha podido crear hasta hoy uniones parciales, si bien de mayor extensión, cuyos conflictos suscitaron más que nunca la resolución violenta. Así, la consecuencia de todos esos empeños guerreros sólo ha sido que la humanidad permutara numerosas guerras pequeñas e incesantes por grandes guerras, infrecuentes, pero tanto más devastadoras.

Aplicado esto a nuestro presente, se llega al mismo resultado que usted obtuvo por un camino más corto. Una prevención segura de las guerras sólo es posible si los hombres acuerdan la institución de una violencia central encargada de entender en todos los conflictos de intereses. Evidentemente, se reúnen aquí dos exigencias: que se cree una instancia superior de esa índole y que se le otorgue el poder requerido. De nada valdría una cosa sin la otra. Ahora bien, la Liga de las Naciones se concibe como esa instancia, mas la otra condición no ha sido cumplida; ella no tiene un poder propio y sólo puede recibirlo sí los miembros de la nueva unión, los diferentes Estados, se lo traspasan. Equivalente en un país sería un gobierno fuerte, dotado de la legitimidad que le delegaran los diversos grupos locales de poder. El gobierno mexicano, tengo entendido, carece de ese tipo de fuerza y mas de un poderoso grupo no le reconocen legitimidad.

Por el momento parece haber pocas perspectivas de que ello ocurra. Pero se miraría incomprensivamente la institución de la Liga de las Naciones si no se supiera que estamos ante un ensayo pocas veces aventurado en la historia de la humanidad -o nunca hecho antes en esa escala-. Es el intento de conquistar la autoridad -es decir, el influjo obligatorio-, que de ordinario descansa en la posesión del poder, mediante la invocación de determinadas actitudes ideales.

Hemos averiguado que son dos cosas las que mantienen cohesionada a una comunidad: la compulsión de la violencia y las ligazones de sentimiento -técnicamente se las llama identificaciones- entre sus miembros. Ausente uno de esos factores, es posible que el otro mantenga en pie a la comunidad. Desde luego, aquellas ideas sólo alcanzan predicamento cuando expresan importantes relaciones de comunidad entre los miembros. Cabe preguntar entonces por su fuerza. La historia enseña que de hecho han ejercido su efecto. Por ejemplo, la idea panhelénica, la conciencia de ser mejores que los bárbaros vecinos, que halló expresión tan vigorosa en las anfictionías, los oráculos y las olimpíadas, tuvo fuerza bastante para morigerar las costumbres guerreras entre los griegos, pero evidentemente no fue capaz de prevenir disputas bélicas entre las partículas del pueblo griego y ni siquiera para impedir que una ciudad o una liga de ciudades se aliara con el enemigo persa en detrimento de otra ciudad rival.

Tampoco el sentimiento de comunidad en el cristianismo, a pesar de que era bastante poderoso, logró evitar que pequeñas y grandes ciudades cristianas del Renacimiento se procuraran la ayuda del Sultán en sus guerras recíprocas. Y por lo demás, en nuestra época no existe una idea a la que pudiera conferirse semejante autoridad unificadora. Es harto evidente que los ideales nacionales que hoy imperan en los pueblos los esfuerzan a una acción contraria.

Ciertas personas predicen que sólo el triunfo universal de la mentalidad bolchevique podrá poner fin a las guerras -recuerden por favor que estoy escribiendo esto en 1932, con la utopía comunista en pleno florecimiento- pero en todo caso estamos hoy muy lejos de esa meta y quizá se lo conseguiría sólo tras unas espantosas guerras civiles. Parece, pues, que el intento de sustituir un poder objetivo por el poder de las ideas está hoy condenado al fracaso.

Se yerra en la cuenta si no se considera que el derecho fue en su origen violencia bruta y todavía no puede prescindir de apoyarse en la violencia.Ahora puedo pasar a comentar otra de sus tesis. Usted se asombra de que resulte tan fácil entusiasmar a los hombres con la guerra y, conjetura, algo debe de moverlos, una pulsión a odiar y aniquilar, que transija con ese azuzamiento. También en esto debo manifestarle mi total acuerdo. Creemos en la existencia de una pulsión de esa índole y justamente en los últimos años nos hemos empeñado en estudiar sus exteriorizaciones. ¿Me autoriza a exponerle, con este motivo, una parte de la doctrina de las pulsiones a que hemos arribado en el psicoanálisis tras muchos tanteos y vacilaciones?

Suponemos que las pulsiones del ser humano son sólo de dos clases: aquellas que quieren conservar y reunir -las llamamos eróticas, exactamente en el sentido de Eros en El banquete de Platón, o sexuales, con una conciente ampliación del concepto popular de sexualidad-, y otras que quieren destruir y matar; a estas últimas las reunimos bajo el título de pulsión de agresión o de destrucción. Como usted ve, no es sino la trasfiguración teórica de la universalmente conocida oposición entre amor y odio; esta quizá mantenga un nexo primordial con la polaridad entre atracción y repulsión, que desempeña un papel en la disciplina de usted.

Ahora permítame que no introduzca demasiado rápido las valoraciones del bien y el mal. Cada una de estas pulsiones es tan indispensable como la otra; de las acciones conjugadas y contrarias de ambas surgen los fenómenos de la vida. Parece que nunca una pulsión perteneciente a una de esas clases puede actuar aislada; siempre está conectada -decimos: aleada- con cierto monto de la otra parte, que modifica su meta o en ciertas circunstancias es condición indispensable para alcanzarla. Así, la pulsión de autoconservación es sin duda de naturaleza erótica, pero justamente ella necesita disponer de la agresión si es que ha de conseguir su propósito. De igual modo, la pulsión de amor dirigida a objetos requiere un complemento de pulsión de apoderamiento si es que ha de tomar su objeto. La dificultad de aislar ambas variedades de pulsión en sus exteriorizaciones es lo que por tanto tiempo nos estorbó el discernirlas.

Si usted quiere dar conmigo otro paso le diré que las acciones humanas permiten entrever aún una complicación de otra índole. Rarísima vez la acción es obra de una única moción pulsional, que ya en sí y por sí debe estar compuesta de Eros y destrucción. En general confluyen para posibilitar la acción varios motivos edificados de esa misma manera. Ya lo sabía uno de sus colegas, un profesor Lichtenberg, quien en tiempos de nuestros clásicos enseñaba física en Gotinga; pero acaso fue más importante como psicólogo que como físico. Inventó la Rosa de los Motivos al decir: «Los móviles –Bewegungsgründe- por los que uno hace algo podrían ordenarse, pues, como los 32 rumbos de la Rosa de los Vientos, y sus nombres, formarse de modo semejante; por ejemplo, "pan-panfama" o "fama-famapan"». Entonces, cuando los hombres son exhortados a la guerra, puede que en ellos responda afirmativamente a ese llamado toda una serie ¿le motivos, nobles y vulgares, unos de los que se habla en voz alta y otros que se callan. No tenemos ocasión de desnudarlos todos. Por cierto que entre ellos se cuenta el placer de agredir y destruir; innumerables crueldades de la historia y de la vida cotidiana confirman su existencia y su intensidad.

El entrelazamiento de esas aspiraciones destructivas con otras, eróticas e ideales, facilita desde luego su satisfacción. Muchas veces, cuando nos enteramos de los hechos crueles de la historia, tenemos la impresión de que los motivos ideales sólo sirvieron de pretexto a las apetencias destructivas; y otras veces, por ejemplo ante las crueldades de la Santa Inquisición, nos parece como si los motivos ideales se hubieran esforzado hacía adelante, hasta la conciencia, aportándoles los destructivos un refuerzo inconciente. Ambas cosas son posibles.Tengo reparos en abusar de su interés, que se dirige a la prevención de las guerras, no a nuestras teorías. Pero querría demorarme todavía un instante en nuestra pulsión de destrucción, en modo alguno apreciada en toda su significatividad. Pues bien; con algún gasto de especulación hemos arribado a la concepción de que ella trabaja dentro de todo ser vivo y se afana en producir su descomposición, en reconducir la vida al estado de la materia inanimada. Merecería con toda seriedad el nombre de una pulsión de muerte, mientras que las pulsiones eróticas representan –repräsentieren- los afanes de la vida. La pulsión de muerte deviene pulsión de destrucción cuando es dirigida hacia afuera, hacia los objetos, con ayuda de órganos particulares. El ser vivo preserva su propia vida destruyendo la ajena, por así decir. Empero, una porción de la pulsión de muerte permanece activa en el interior del ser vivo, y hemos intentado deducir toda una serie de fenómenos normales y patológicos de esta interiorización de la pulsión destructiva. Y hasta hemos cometido la herejía de explicar la génesis de nuestra conciencia moral por esa vuelta de la agresión hacia adentro.

Como usted habrá de advertir, en modo alguno será inocuo que ese proceso se consume en escala demasiado grande; ello es directamente nocivo, en tanto que la vuelta de esas fuerzas pulsionales hacia la destrucción en el mundo exterior aligera al ser vivo y no puede menos que ejercer un efecto benéfico sobre él. Sirva esto como disculpa biológica de todas las aspiraciones odiosas y peligrosas contra las que combatimos. Es preciso admitir que están más próximas a la naturaleza que nuestra resistencia a ellas, para la cual debemos hallar todavía una explicación. Acaso tenga usted la impresión de que nuestras teorías constituyen una suerte de mitología, y en tal caso ni siquiera una mitología alegre. Pero, ¿no desemboca toda ciencia natural en una mitología de esta índole? ¿Les va a ustedes de otro modo en la física hoy?De lo anterior extraemos esta conclusión para nuestros fines inmediatos: no ofrece perspectiva ninguna pretender el desarraigo de las inclinaciones agresivas de los hombres. Dicen que en comarcas dichosas de la Tierra, donde la naturaleza brinda con prodigalidad al hombre todo cuanto le hace falta, existen estirpes cuya vida trascurre en la mansedumbre y desconocen la compulsión y la agresión. Difícil me resulta creerlo, me gustaría averiguar más acerca de esos dichosos.

También los bolcheviques esperan hacer desaparecer la agresión entre los hombres asegurándoles la satisfacción de sus necesidades materiales y, en lo demás, estableciendo la igualdad entre los participantes de la comunidad. Yo lo considero una ilusión. Por ahora ponen el máximo cuidado en su armamento, y el odio a los extraños no es el menos intenso de los motivos con que promueven la cohesión de sus seguidores. Ahora, en el año 2008, desde ultratumba, considero confirmadas estas hipótesis a la luz del derrumbe estrepitoso de ese, por otro lado, lindo ideal

Es claro que, como usted mismo puntualiza, no se trata de eliminar por completo la inclinación de los hombres a agredir; puede intentarse desviarla lo bastante para que no deba encontrar su expresión en la guerra.

Desde nuestra doctrina mitológica de las pulsiones hallamos fácilmente una fórmula sobre las vías indirectas para combatir la guerra:

Si la aquiescencia a la guerra es un desborde de la pulsíón de destrucción, lo natural será apelar a su contraría, el Eros. Todo cuanto establezca ligazones de sentimiento entre los hombres no podrá menos que ejercer un efecto contrario a la guerra. Tales ligazones pueden ser de dos clases. En primer lugar, vínculos como los que se tienen con un objeto de amor, aunque sin metas sexuales. El psicoanálisis no tiene motivo para avergonzarse por hablar aquí de amor, pues la religión dice lo propio: «Ama a tu prójimo como a ti mismo». Ahora bien, es fácil demandarlo, pero difícil cumplirlo.

La otra clase de ligazón de sentimiento es la que se produce por identificación. Todo lo que establezca sustantivas relaciones de comunidad entre los hombres provocará esos sentimientos comunes, esas identificaciones. Sobre ellas descansa en buena parte el edificio de la sociedad humana.Una queja de usted sobre el abuso de la autoridad me indica un segundo rumbo para la lucha indirecta contra la inclinación bélica. Es parte de la desigualdad innata y no eliminable entre los seres humanos que se separen en conductores y súbditos. Estos últimos constituyen la inmensa mayoría, necesitan de una autoridad que tome por ellos unas decisiones que las más de las veces acatarán incondicionalmente. En este punto habría que intervenir; debería ponerse mayor cuidado que hasta ahora en la educación de un estamento superior de hombres de pensamiento autónomo, que no puedan ser amedrentados y luchen por la verdad, sobre quienes recaería la conducción de las masas heterónomas.

No hace falta demostrar que los abusos de los poderes del Estado –Staatsgewalt- y la prohibición de pensar decretada por la Iglesia no favorecen una generación así. Lo ideal sería, desde luego, una comunidad de hombres que hubieran sometido su vida pulsional a la dictadura de la razón. Ninguna otra cosa sería capaz de producir una unión más perfecta y resistente entre los hombres, aun renunciando a las ligazones de sentimiento entre ellos (ver nota). Pero con muchísima probabilidad es una esperanza utópica. Las otras vías de estorbo indirecto de la guerra son por cierto más transitables, pero no prometen un éxito rápido. No se piensa de buena gana en molinos de tan lenta molienda que uno podría morirse de hambre antes de recibir la harina.Como usted ve, no se obtiene gran cosa pidiendo consejo sobre tareas prácticas urgentes al teórico alejado de la vida social.

Lo mejor es empeñarse en cada caso por enfrentar el peligro con los medios que se tienen a mano. Sin embargo, me gustaría tratar todavía un problema que usted no planteó en su carta y que me interesa particularmente: ¿Por qué nos sublevamos tanto contra la guerra, usted y yo y tantos otros? ¿Por qué no la admitimos como una de las tantas penosas calamidades de la vida? Es que ella parece acorde a la naturaleza, bien fundada biológicamente y apenas evitable en la práctica. Que no le indigne a usted mi planteo. A los fines de una indagación como esta, acaso sea lícito ponerse la máscara de una superioridad que uno no posee realmente. La respuesta sería: porque todo hombre tiene derecho a su propia vida, porque la guerra aniquila promisorias vidas humanas, pone al individuo en situaciones indignas, lo compele a matar a otros, cosa que él no quiere, destruye preciosos valores materiales, productos del trabajo humano, y tantas cosas más. También, que la guerra en su forma actual ya no da oportunidad ninguna para cumplir el viejo ideal heroico, y que debido al perfeccionamiento de los medios de destrucción una guerra futura significaría el exterminio de uno de los contendientes o de ambos.

Todo eso es cierto y parece tan indiscutible que sólo cabe asombrarse de que las guerras no se hayan desestimado ya por un convenio universal entre los hombres. Sin embargo, se puede poner en entredicho algunos de estos puntos. Es discutible que la comunidad no deba tener también un derecho sobre la vida del individuo; no es posible condenar todas las clases de guerra por igual; mientras existan reinos y naciones dispuestos a la aniquilación despiadada de otros, estos tienen que estar armados para la guerra. Pero pasemos con rapidez sobre todo eso, no es la discusión a que usted me ha invitado. Apunto a algo diferente; creo que la principal razón por la cual nos sublevamos contra la guerra es que no podemos hacer otra cosa. Somos pacifistas porque nos vemos precisados a serlo por razones orgánicas. Después nos resultará fácil justificar nuestra actitud mediante argumentos.Esto no se comprende, claro está, sin explicación.

Opino lo siguiente:

Desde épocas inmemoriales se desenvuelve en la humanidad el proceso del desarrollo de la cultura. (Sé que otros prefieren llamarla «civilización».) A este proceso debemos lo mejor que hemos llegado a ser y una buena parte de aquello a raíz de lo cual penamos. Sus ocasiones y comienzos son oscuros, su desenlace incierto, algunos de sus caracteres muy visibles. Acaso lleve a la extinción de la especie humana, pues perjudica la función sexual en más de una manera, y ya hoy las razas incultas y los estratos rezagados de la población se multiplican con mayor intensidad que los de elevada cultura. Quizás este proceso sea comparable con la domesticación de ciertas especies animales; es indudable que conlleva alteraciones corporales; pero el desarrollo de la cultura como un proceso orgánico de esa índole no ha pasado a ser todavía una representación familiar. Las alteraciones psíquicas sobrevenidas con el proceso cultural son llamativas e indubitables. Consisten en un progresivo desplazamiento de las metas pulsionales y en una limitación de las mociones pulsionales. Sensaciones placenteras para nuestros ancestros se han vuelto para nosotros indiferentes o aun insoportables; el cambio de nuestros reclamos ideales éticos y estéticos reconoce fundamentos orgánicos.

Entre los caracteres psicológicos de la cultura, dos parecen los más importantes: el fortalecimiento del intelecto, que empieza a gobernar a la vida pulsional, y la interiorización de la inclinación a agredir, con todas sus consecuencias ventajosas y peligrosas. Ahora bien, la guerra contradice de la manera más flagrante las actitudes psíquicas que nos impone el proceso cultural, y por eso nos vemos precisados a sublevarnos contra ella, lisa y llanamente no la soportamos más. La nuestra no es una mera repulsa intelectual y afectiva: es en nosotros, los pacifistas, una intolerancia constitucional, una idiosincrasia extrema, por así decir. Y hasta parece que los desmedros estéticos de la guerra no cuentan mucho menos para nuestra repulsa que sus crueldades.¿Cuánto tiempo tendremos que esperar hasta que los otros también se vuelvan pacifistas? No es posible decirlo, pero acaso no sea una esperanza utópica que el influjo de esos dos factores, el de la actitud cultural y el de la justificada angustia ante los efectos de una guerra futura, haya de poner fin a las guerras en una época no lejana. Por qué caminos o rodeos, eso no podemos colegirlo. Entretanto tenemos derecho a decirnos: todo lo que promueva el desarrollo de la cultura trabaja también contra la guerra.

Saludo a usted cordialmente, y le pido me disculpe si mi exposición lo ha desilusionado.

Sigmund Freud

ps: intelijo ahora que, para enjuiciar la pertinencia o impertinencia de los cambios en el texto, debo colocar lo sustituido...lo haré cuando el tiempo me lo permita

18 comentarios:

dull dijo...

Yo no sabia de este carteo entre estas dos figuras, es una agradable sorpresa, lo mejor es el tercio de don beto interviniendo de vez en vez.JA! me los imagino a los tres sentados.....chateando?

saludos!

Y un dia.... dijo...

te saludo oh don beto. con la pregunta numero 3 me acorde de otro gran miembro del pueblo judio, Stanley Kubrick, quien trato este mismo tema en "La Naranja Mecanica" se acuerda? y como aunque el gobierno pudo controlar los animos destructivos del protagonista, la sociedad lo mato en venganza de lo que habia hecho. quedo tan indefenso e incapaz de hacer el mal que no se pudo defender. Y en la Biblia al final regresa Jesus en el apocalipsis con la espada en mano para vengarse de sus enemigos en la batalla de armagedon, asi que la paz llega hasta que muere el malo, el enemigo, muerto el perro se acabo la rabia. Por eso apoyo la pena de muerte en Coahuila.

Donbeto dijo...

Fíjate, querido tocayo, que, tabla ouija de por medio, la voz de estos dos personajes opaca la mía al grado de tener que volverme una especie de dialogante "espurio", calificativo no necesariamente infamante si consideramos que se le ha pegado a mi Presi. Me encantó que me puedas imaginar "chateando" con ellos, aunque, a fuer de sincero, en esa circunstancia sería yo lo mas parecido a un mudo. Gracias
Gracias también, Oh Kekox! por recordarme La N...me parece absolutamente pertinente la conexión temática que estableces entre la pregunta y la película. Hiciste que evocara otro extraordinario film "The cucu's Nest" con Nicolson, extraordinario y jovencísimo.
El gran pedo con el Armagedón, querido chihuahuense, es que no haría distinciones y, mas pronto o mas tarde nos acabaría jodiendo a todos...Antes de discutir la conveniencia o no de la pena de muerte yo, por ejemplo, consideraría necesario que se desarrollara la capacidad para aplicar las que ahora se tienen porque, si esa aplicación es un reverendo desmadre.....imagina lo que sería la otra....bueno...eso creo
Saludo despenalizado

zalakain dijo...

Hay algo de cierto en el postscriptum, es sólo que de vez en cuando resulta más interesante patear la religión (o ver que alguien la patea), saltándose los ritos. Lo digo mientras levanto admirativamente mi sombrero, señor

Donbeto dijo...

¡Y te falta leer el parrafito dedicado a la religión incluído en el largo anexo que recién agregué, Zalakain!
Aunque Freud ha sido el intelectual mas completa, genuina y consistentemente ateo que he leído, en este momento de mi vida creo que hay niveles de espiritualidad que van desde la más primitiva y maniquea en un extremo, hasta el que se conecta con el mas sublimado, altruista y solidario de los desarrollos culturales.
Tu última frase, Zalakain, aunque te resulte difícil de creer, me ha ruborizado. Gracias.

Donbeto dijo...

Por cierto, en un rápido viaje hasta Alemania pude ver, entre otras cosas, que tu blog se llama "intruso en el desierto"...mmmhhh..me provocó harta -o sea, mucha- curiosidad.
Otro asunto que me gustó, por vivificante, es que hayas conocido a Josafat y su extraordinaria batalla en este sitio y lo hayas valorado como para colocar un video del chico en tu espacio
Te envío un abrazo conmovido

zalakain dijo...

El caso es que no me refería a Freud, cuando describía la religión pateada, sino a ti. En tu ps refieres la necesidad de incluir los párafos sustituidos, algo así como la necesidad de referenciar y encuadrar el trabajo en un marco científico. La loa de esa irreverencia (al no hacerlo) me lleva a levantar el sombrero. Ahí entiendo la ciencia como una forma de religión, creo, al modo en que Freud dice "¿no desemboca toda ciencia natural en una mitología de esta índole?".


Alabo la actitud insolente de entender que la cultura humana es un fenómeno universal trasladando el sistema de coordenadas a la realidad de tu país. Tengo que decir, empero, que me parece erróneo asimilar la pax hispanica a la pax romana. Si bien la pax romana no se logró con música y rosas (la conquista de la Hispania fue un proceso muy sangriento), los territorios ocupados eran asimilados hasta el extremo de que llegó a haber emperadores nacidos en Hispania; eso no es trasladable a lo realizado por España en América.

La violencia en Iberoamérica, de la que la mexicana es un caso especial, tiene probablemente orígenes múltiples, seguramente algunos anteriores a la invasión española, pero es evidente (me lo resulta...) que esa invasión, y el poso por ella dejado en la memoria colectiva de los iberoamericanos, permanece como excusa universalmente explicatoria de sus males. Que eso siga sucediendo tanto tiempo después de la independencia (la independencia de facto tuvo lugar antes de la independencia formal) muestra que hay intereses que aún perviven asociados a esa explicación.

El intento de explicación de los orígenes de la violencia es, sin duda, muy interesante. A mi entender, la humanidad se está acercando a un estadio evolutivo en el que la capacidad de regular la conducta en situaciones conflictivas estará desvinculada de la existencia de una violencia legítima. La posibilidad de la desaparición de la Staatsgewalt tiene como condición previa la admisión de que la paz de las armas no es tal paz, sino la prolongación del Waffenstillstand.

Un abrazo

Donbeto dijo...

Creo, estimable Zalakain, que en vista de tu clarificación es mejor que no levantes tu sombrero y, si acaso, solo inclines ligeramente la cabeza, con el sombrero puesto, como saludarían con respeto restringido nuestros congéneres educados de principios de la centuria pasada. Es que soy un convencido de que mi “irreverencia” metodológica no es otra cosa que la muy mexicana tendencia a alejarnos del rigor, la disciplina y el esfuerzo analítico sostenido. Admiro todo ello precisamente porque no lo tengo y porque creo que la cultura mexicana –latinoamericana en general- desprecia demasiado “El Hecho” privilegiando “La Opinión”, rasgo que nos ha dado esa cualidad “mágica” tan atractiva para turistas del primer mundo pero que ha procluído la posibilidad de aplicar el método científico a la observación, análisis y tratamiento de algunos de nuestros crónicos problemas (corrupción, violencia, pobreza extendida, ignorancia y privilegios para unos cuantos).
Aunque sé que la teoría de la posmodernidad rechaza todo ello y, en síntesis, toda pretensión de autoridad científica y de objetividad, me parece que solo las sociedades situadas en la modernidad (EEUU y porciones europeas) se pueden dar el lujo de sostener en su seno corrientes de pensamiento que, a mi juicio, si realmente dirigieran a los pueblos, conducirían a lo que hemos sido en México durante cinco siglos: eternos adolescentes.
Entiendo la frase "¿no desemboca toda ciencia natural en una mitología de esta índole?", no como una renuncia a la pretensión de aproximarse mejor a la verdad ó, para el caso, a la realidad sino como una continuación del esfuerzo por empujar el conocimiento en la precisa frontera luz-oscuridad. Freud, admirador de Goethe, decía, plagiando a su Mefistófeles, que cuando no se disponía de explicaciones racionales para algún fenómeno, no quedaba más remedio que, temporalmente, pedir el auxilio de “La Bruja” meta-racional y, aquí si, creo que en el mismo sentido de tu comentario, habría que criticar como obtusa y miope, la muy comprensible tendencia humana a volver religión –o sea, “institucionalizar”- cualquier idea ó método cuando nos asusta lo desconocido que está por delante.
¡Carajo!...pinche prolijo que soy… espero estar, al menos en parte, conectando mi pensamiento al que me honraste en dejar escrito aquí.
Acepto como válida tu diferenciación entre la paz romana y la hispánica. En verdad ni siquiera se me había ocurrido pensar en la posibilidad de que un americano llegase a emperador español. Una sola salvedad quiero proponerte: la imposibilidad no estaba dedicada exclusivamente a los americanos. Tampoco gallegos, vascos, catalanes y estirando mas el asunto, ni siquiera castellanos podían serlo. Una verdadera lástima fue eso. Seguramente hubo entre todos ellos gente muchísimo más capaz que muchos de los Austrias, todos autócratas y algunos de ellos, además, tarados….Recién recuerdo a Carlos I…el no nació en la península… Pero mi analogía entre los imperios se refiere mucho más, en el sentido en que lo menciona Freud, a la internalización, la institucionalización, de la cultura del dominante en el dominado cuando la colonización es prolongada.
Tú párrafo sobre la violencia iberoamericana lo puedo suscribir totalmente. De hecho, he escrito por ahí, que la explicación principal de nuestros síntomas sociales podría radicar en una especie de camuflaje de nuestra élite, cuya porción intelectual – Octavio Paz el más logrado- ha desplazado la atención a agravios y traumas remotos para que la atención y el estudio de los injustos privilegios actuales quede velada en una nube de añoranzas y lugares comunes.
Por último, Zalakain, de acuerdo a la concepción freudiana que considera irrenunciables e indelebles los impulsos agresivos, tu consideración de que la humanidad llegará a la paz verdadera, no a la del armisticio se entiende, sino a la de un estadio evolutivo superior, te coloca en la categoría de los soñadores bien intencionados pero….utópicos. Dicho esto, créeme con afecto.
Abrazo con espíritu de Tomás Moro

zalakain dijo...

No es la primera vez que leo la palabra "posmodernismo" vinculada a mis expresiones, lo cual, por ahora, no me ha movido a intentar averiguar qué significa, más que nada porque probablemente no encuentre nada nuevo: efectivamente, yo no creo en la existencia de objetividad alguna (sí en la intersubjetividad, en el esfuerzo permanentemente renovado de elaborar marcos de intercambio intelectual) ni, mucho menos, en autoridades científicas (la expresión es, para mí, un oxímoron). Si varias personas afirman que por creer eso soy posmodernista, entonces será que lo soy sin saberlo :-)

Tú eres libre, faltaría más, de hacer la interpretación que quieras del texto en que se halla la frase "¿no desemboca toda ciencia natural en una mitología de esta índole?"; yo lo he leído y releído para ver si tu interpretación es posible y tengo que decir que, tal vez por mi miopía mental, no veo tal posiblidad.

Me parece harto interesante tu afirmación "Pero mi analogía entre los imperios se refiere mucho más, en el sentido en que lo menciona Freud, a la internalización, la institucionalización, de la cultura del dominante en el dominado cuando la colonización es prolongada". Encuentro -disculpa- que es como un circunloquio para la expresión "la letra con sangre entra" y no veo que la afirmación de Freud se refiera a internalización alguna, sino -lo dice explícitamente- al hecho del cese de la violencia. Más bien veo posible la interpretación contraria en la frase "No hace falta demostrar que los abusos de los poderes del Estado –Staatsgewalt- y la prohibición de pensar decretada por la Iglesia no favorecen una generación así".

Una característica, a mi entender, definitoria del carácter predominante en Iberoamérica es el sentido bélico de la vida, que hace imposible el cese de la violencia allí donde ese cese resulta imprescindible para construir una racionalidad equilibrada: en el escenario mental individual. Ese sentido bélico de la vida es el que hace posible que, incluso personas dotadas de una personalidad aparentemente apacible, manifiesten su centro de interés mediante expresiones como "Delenda est Carthago". Ahí es donde se manifiesta el carácter religioso de quienes entusiastamente se adhieren a la Ciencia como a una secta: no se trata, en esos casos, de jugar y expandir el campo exploratorio mental por el puro placer de vivir, sino de extirpar el mal de la conducta humana (en este caso: la ignorancia).

Sigo con mi sombrero levantado porque no hay más que ver tu actividad en el blog para darse cuenta de que haces un admirable esfuerzo para explicar racionalmente (desde tu punto de vista: no existe racionalidad que lo pueda excluir) el carácter de tu país. Que no lo hagas con la minuciosidad del tratado científico no dice, en mi opinión (!) nada en tu contra; sí lo diría que, preguntado por el porqué de esto o lo otro, no tuvieses una respuesta convincente. El rigor científico es imprescindible cuando el discurso está vinculado a operaciones técnicas, a la realización de proyectos en los que no es tolerable la ambigüedad. Pretender trasladar ese rigor a las ciencias del comportamiento lleva a Auschwitz o a Siberia.

No estoy en absoluto de acuerdo con tu expresión "bien intencionado" referida a mí. En mi blog (y en otros) he recibido, entre otros, los apelativos "malo", "soez", "terrorista" e "insolidario"; ello por personas contra las que no tengo (porque no quiero) nada desaprobatorio que decir. ¿Puedo manifestar de forma más rotunda mi inadmisión del término?. La expresión "utópico" te la agradezco con una reverencia. Yo no tengo ni la menor idea de qué es la vida, de si existen dioses, de si el río de mis baños es o no siempre el mismo. ¿Habrá una palabra mejor que "utópico" para definirme?.

Recibe un abrazo sin mitos.

Donbeto dijo...

Ténme paciencia, Zalakain, tardaré en contestarte porque le estoy dando seriedad al asunto y, como puedes ver, mi aparato de pensar no tiene la agilidad de los genios.
pre-abrazo

Donbeto dijo...

Por lo menos, Zalakain, a menos que tu mirada de lince semiótico encuentre inconsistencia en lo que sigue, comparto la creencia en el poder erótico, por tanto, antibélico, del esfuerzo continuado por “elaborar marcos de intercambio intelectual”. Ambos sabemos lo difícil que es conseguirlo. Fácilmente el intento erótico se contamina y transforma en batallas entre narcisismos hiper-susceptibles.
Por ahí de mediodía, intentando conocerte mas para no calificarte injusta y prejuiciada, por tanto, arrogantemente, me di una buena zambullida en una veintena de tus “posts” y, por ejemplo, la intersubjetividad frustrada en tu interacción con “sursum corda!” que, a mi juicio tenía posibilidades de potenciar el intelecto, derivó en agrios y tozudos desacuerdos con, pareciera, ruptura de comunicación…yo también lo he vivido y ¡vaya que no nos creemos parias intelectuales!.
Hice énfasis en esa interacción porque quiero sostener mi tesis de que es posible –y deseable- mantener la pretensión de objetividad en el análisis de intercambios como esos de tal forma que, a la manera de objetos, podamos delimitar ingredientes de uno u otro que interfieren con la construcción del campo verdaderamente intersubjetivo. Al tú no creer en objetividad alguna sé que quedaríamos empantanados en esta tema pero, al menos, podemos reconocernos en la diferencia.

Acepto que lo de "bien intencionado", después de leerte, puede ser mas ofensivo que una rotunda y mexicanísima "mentada de madre". Buscaré calificativos que te hagan mas justicia.

Tu lectura del texto freudiano que transcribí y “espurié” , debo reconocer, es muchísimo más puntual que la mía. Aunque sé que soy libre de interpretar como me dé mi regalada gana (“Tú eres libre, faltaría más…”), a la luz de mi previa defensa de la objetividad, no puede ser mas loco el que no interprete sino ¡invente! Lo que no está dicho en el texto. Realmente no creo haber inventado nada -¡que diera yo- pero si creo que con una falta de rigor inexcusable, mezclé ideas freudianas que no están contenidas en este texto. Así, por ejemplo, la teoría de la identificación, que en este escrito puede ser fácil y engañosamente confundida con algo parecido a simpatía –por aquello de las ligaduras de sentimientos- realmente es algo mucho más complejo deducido por Freud a partir del “trabajo de duelo” en el que dilucidó la forma en que características del difunto entran a formar parte del Yo del doliente, modificándolo permanentemente. Esos mismos procesos identificatorios los describió en relaciones de poder asimétrico (“Pegan a un niño”) y en grupos sociales extendidos (“El malestar en la cultura). De tal forma que el circunloquio “la letra con sangre entra”, adquiere una cualidad todavía más ominosa cuando numerosos individuos hacen una identificación indeleble y poderosa con el agresor. Eso, quizá, sea el sedimento de la vieja conquista, poso que todavía no filtramos los latinoamericanos y que sigue, fanáticamente, repitiéndose compulsivamente en nuestras múltiples expresiones de violencia, aún en personas predominantemente apacibles, como haces notar.
Es tardísimo y todavía no satisfago a mis dedos pero…debo dormir
Abrazo transatlántico

Donbeto dijo...

Freud, efectivamente, aquí se refiere “al hecho de que cese la violencia”. Yo agregué el mecanismo de identificación- internalización usando lo que creo que son sus ideas para tratar de explicar, metapsicológicamente, el cíclico surgimiento de violencia en México como resultante al menos parcial de la permanencia del viejo rasgo “vencedores-sometidos”; “privilegiados-marginalizados”; “abusador-abusado” instalado tenazmente durante 300 años de, disculpa que lo repita, pax hispanica, de tal forma que una mayoría de n uestra población simpatiza –por ahí hay un reporte de la UNESCO- con la autocracia. A pesar de todo mi rollo, debo inclinar mi cabeza, a lo japonés ante la acuciosidad de tu clarificación. Igual ocurre con lo de la inevitabilidad de hacer una “mitología científica” como la “doctrina” –reconoce el mismo Freud- de las pulsiones Eros y Tánatos. Créeme que genuinamente no entiendo porqué no entiendes (Ja!) posible mi interpretación. Quizá por eso, atropelladamente, te califiqué de “posmoderno”… Los temas situados en “la frontera de lo cognoscible” requieren metahipótesis para explicarlos y sigo convencido de que algunas de ellas son epistemofílicas y otras epistemofóbicas, así, Eros y Tánatos me siguen pareciendo constructos teóricos que eventualmente pueden ser puestos a prueba a diferencia de la metahipótesis religiosa equivalente: Dios y Diablo. El uso de la palabra “mitología” por Freud lleva incluído un sarcasmo –creo- a la pretensión de conocimiento absoluto y eso me parece mejor aproximación a la verdad. Al menos está implícito el reconocimiento de la provisionalidad teórica sin refugiarse en explicaciones parapsicológicas ó paranormales.
¿estaré entendiendo, al menos, el punto en que peleamos?
Termino mas tarde…aunque preferiría, ahora seguir con mis rechinidos mentales, debo atender a una aburridísima persona que ya toca mi puerta

Donbeto dijo...

Bueno, termino porque… necesito tu contribución a la intersubjetividad de este intercambio de tal forma que mi notoria –y objetiva..¡como jodo con lo mismo!- tendencia a lo anacoluto, disgregado y autocentrado sea rota por el toque de tus opiniones.
Me parece maravilloso que seamos diferentes de tal forma que, por ejemplo, no te interese si el río de tus baños es o no siempre el mismo mientras, por mi parte, puedo estar pendejamente*, horas, perdiendo el tiempo mientras veo como rueda dificultosamente un pequeño guijarro sobre la arena de la orilla, movido por el dedo gordo de uno de mis pies y deliro pensando que, debido al “efecto mariposa”, estoy alterando el universo.
*doy por hecho que eres suficientemente mexicano como para saber la magnitud del término

zalakain dijo...

Permíteme que continúe haciéndote un desaguisado en una frase, leyéndola así: "aunque Freud ha sido el más ateo, hay espiritualidad", que quiero interpretar como una versión mexicana del dicho gallego "yo no creo en las brujas, pero haber, haylas" (yo soy ateo, pero no soy ateo :-).


No se trata de que lo de "bien intencionado" me resulte ofensivo, sino de que es incorrecto. Lo es, no porque yo lo crea (qué importa lo que yo crea de mí: la definición de uno la hacen los demás), sino porque otros lo dicen de mí (las pruebas están en mi blog). Con ello manifiesto la asunción de que uno hace/dice cosas que interpretadas a través del prisma dialéctico de otros, resultan ser perversas --- el bien y el mal son magnitudes subjetivas por excelencia y para su definición habría que seguir un criterio estadísticamente modal. ¿Quién soy yo para decir si soy bueno o malo?; nadie, lo que debe importarme para hacer una definición moral de mí es lo que de mí dicen los demás.


La expresión que precede a tu consideración de mi carácter como utópico es "tu consideración de que la humanidad llegará a la paz verdadera, no a la del armisticio se entiende, sino a la de un estadio evolutivo superior"; es decir que consideras mi expresión fuera de lugar; acerca de ello quisiera hacerte remarcar que la especie humana no es ajena a la realidad de la evolución: nuestra especie evoluciona, y lo hace a un ritmo progresivamente creciente; su capacidad para modificar su entorno vital y su capacidad de aprendizaje comporta una tal cantidad de cambios que, a mi entender, pronto habrá que plantearse la pregunta de si la especie humana es la misma que hace veinte siglos, por poner un ejemplo. Sin duda, hay quien se ha querido anticipar a esa posbilidad y anunció no hace mucho tiempo "el fín de la historia". Los últimos acontecimientos de la historia reciente han convertido ese prematuro "fín de la historia" en un bluff, pero la realidad progresivamente cambiante de la humanidad está ahí.



Respecto a lo de "la intersubjetividad frustrada en tu interacción con “sursum corda!”" he de decirte que no has escogido el mejor ejemplo posible. De hecho, ahí no hubo otra interacción que el intercalado de mensajes monológicos que constituían un espléndido diálogo de besugos. Este señor hizo su aparición en mi blog como airada respuesta a un comentario que yo dejé en el blog de una joven dama (encuadrable entre estos nuevos liberales que aparecieron en los tiempos de Aznar y se dedican a cosas tan interesantes como torpedear la llamada "Ley de la Memoria Histórica"). Es el caso que yo dejé en ese blog un comentario irónico/desdeñoso y el tal Sursum C replicó contra los molinos de viento de mi blog llevando en su corazón el latir de su liberal Dulcinea.

zalakain dijo...

Más: no es que no me interese si el río de mis baños es o no siempre el mismo, eso no dejará de interesarme nunca, supongo; se trata dee que no tengo ni idea de si eso es así: las razones para creer una cosa u otra son igualmente convincentes.

"¿estaré entendiendo, al menos, el punto en que peleamos?". ¿Peleamos?.

Yo soy estrictamente racional y las cosas de brujas me parecen bien para los brujólogos. Cuando se desconoce algo en un campo de lo humanamente perceptible, se elabora una o varias hipótesis que incluyen expresiones algebraicas describiendo los comportamientos de los fenómenos implicados y se hace observaciones de interacciones entre éstos provocadas sistemáticamente.

Tengo que decirte que no tengo nada claro que sea justificable decir "el poder erótico, por tanto, antibélico...". Sé de la contraposición freudiana eros-tanatos; no estoy de acuerdo en que sean contrapuestas: son, para mí, dos formas de exteriorizar la energía de expansión de la especie humana.

No sé si estarás de acuerdo en que la familia (la monogamia) es una forma nuclear de organización social evolutivamente muy reciente, vinculada a la moral, no al instinto (que propende al harén, a la poligamia). La captación de mujeres es el ámbito elemental de ejercitación de la violencia: el macho prueba su superioridad sobre los demás machos en la competición sexual y ese rango le proporcina una ascendencia en la organización de la lucha contra grupos externos.

La auténtica contraposición es la mostrada por el yoga; existen, por un lado, las manifestaciones de apego a las cosas (eso que nietzscheanamente conocemos como la voluntad de poder) y existe, por otro, el desapego, que se consigue mediante la meditación, cuyo fin es el cese de la actividad mental.

Abrazo oooommmmmmmmmmmmmmmmmmmm

Donbeto dijo...

Ja!...¡"machetazo a caballo de espadas"! se dice por acá cuando, por ejemplo, al panadero le regalan unos buenos bolillos. Me gusta el concepto de "espíritu" pero no lo entiendo como algo sobrenatural sino como parte de ese, todavía, misterioso equipaje que nos mueve y motiva y que, en ciertos momentos a mi y a muchos nos hace sentir una profunda sensación de conexión con la vida, con el mundo y con la humanidad. A esta derivación es a lo que llamo "espiritualidad".
Hace un año, en un textículo puesto por aquí -"Dios; La muerte; La nada; La fe"- escribí: "(Tengo)...Una libertad que es total en mi fantasía y en su pariente más organizado: la imaginación. Ellas, fantasía e imaginación vagan absolutamente anárquicas en mi cabeza, pervertidas, sublimadas, poderosas, omnipotentes, miserables, crueles, cariñosas, creativas, asesinas o, reposan, contemplativas, a lo Zen."
Por ello hago eco a tu oMMMMM, solo que me parece utópica y hasta enfermiza la meta del desapego radical.
Se podría desplegar una interesante discusión sobre lo "bueno" y lo "malo". Por lo pronto solamente me gustaría plantearte que, en edades suficientemente avanzadas como es mi caso (54 años), estoy convencido de que nuestro autoconcepto y posición ante temas éticos ´ha quedado bastante independizado de las opiniones de interlocutores contingentes. Puedo estar de acuerdo en que, originalmente, en etapas tempranas de la vida, la "definición moral de mí" se me instauró predominantemente por lo que decían de mi los demás...particularmente las figuras de autoridad.
Creo, como tu, que la humanidad ha evolucionado extraordinariamente. Pero no lo veo como algo instalado en el "disco duro". Cada animalito humano, está dotado -creo- de exactamente el mismo cerebro que el que tenían nuestros antepasados Cro-Magnones hace 40 o 50 mil años y cada uno nosotros tiene que pasar por ese largo y azaroso camino que es la inculturación. Azaroso porque igual puede surgir, en la misma sociedad, un educado y culto filósofo, que un hombre que encierra a su hija durante largos años en un sótano, embarazándola prolijamente.
También creo que Eros y Tánatos interactúan siempre...y creo que son irrenunciables e indelebles. Buenas y consistentes dosis de amor constituyen la única probabilidad de que no acabemos odiando el cabronsísimo proceso de devenir "civilizados".
Me gusta, en relación a la pautación monogámica, la tesis Marx-Engeliana: con el surgimiento del sentido de propiedad fué consustancial el establecimiento de familias "nucleares". No me parece que se contraponga a tus consideraciones.
Abrazo Zen-"light"

Anónimo dijo...

Me rindo :)

Donbeto dijo...

Co-rendido. Abrazo con palmaditas en tu espalda virtual